Es claro que la globalización no es necesariamente sinónimo de crecimiento económico, así como tampoco los tratados de libre comercio llevan per se a la generación de exportaciones o al incremento de la oferta exportable. Son necesarios el diseño de programas dirigidos a vigorizar el sector privado, a estimular la adquisición de tecnología, a promover la investigación y el desarrollo, a fortalecer las instituciones (tales como aduanas y autoridades de vistos buenos), a fomentar las industrias nacientes y a apoyar las empresas que tengan opción de competir en el mercado internacional y en el mercado doméstico para lo cual es importante garantizar unas condiciones de competencia exenta de distorsiones y la estabilidad en las reglas de juego.
Los acuerdos comerciales regionales deberán ser razón de un incremento positivo del índice de productividad ponderada del capital y el trabajo para cada país miembro del mismo. La manifestación del libre cambio en su concepción implica tener como enfoque principal en el mejoramiento y especialización de la industria y la agricultura y no sólo de incremento de comercio de minería, commodities y servicios financieros. Por lo tanto, los países beneficiados con los acuerdos, una vez estos entran en vigor deben operar dentro del marco de crecimiento estable en que el ahorro, el producto nacional y los ingresos laborales evolucionen paralelamente y se auto sostengan, lo que se traduciría en “una ayuda para incrementar los ingresos y el crecimiento de las empresas en los países”.
Pero la integración America Latina ha visto como países miembro de cualquier acuerdo comercial falla al momento de propiciar represión salarial en búsqueda de elevar el ahorro en su economía. El desmonte arancelario, el ajuste del salario mínimo y las reformas tributarias que graban generalmente más los ingresos laborales que los del capital, presiona los ingresos laborales por debajo de la productividad de trabajo.
Un ejemplo claro de lo anterior se representa en el acuerdo firmado por Colombia y Estados Unidos. A nivel de intercambio comercial, tiene similitudes con la de los países periféricos de Europa y Alemania. El nivel de integración más profundo (Comercial + Aduanero + Financiero) concibió al euro en la creencia de que todos los países de la unión enfrentan condiciones semejantes. Hasta ahora se han venido a reconocer las asimetrías. La crisis de Europa no se originó en las políticas internas, sino en el aumento de la productividad de Alemania acompañado de la restricción salarial. Los países periféricos experimentaron déficit en cuenta corriente (es decir un aumento superior en sus compras contra sus ventas), lo que en un principio se compensó con el endeudamiento y el déficit fiscal, pero luego en un monumental error histórico, fueron obligados a sustituirlos por medidas de austeridad que los precipitaron a la recesión y el desempleo.
Este ejemplo ha venido corroborando el error de los acuerdos comerciales entre países de diferente nivel de desarrollo, más dentro de la moneda única. A la luz de la teoría de la ventaja comparativa, que se fundamenta en la creencia de que los países se especializan en los bienes que tienen esta propiedad, se presume que las economías de menos desarrollo pueden soportar la competencia sin mayores modificaciones de los salarios y el tipo de cambio. Como lo explica Eduardo Sarmiento en una de sus columnas de opinión al diario El Espectador “El mito se derrumba cuando se advierte que en la actualidad el superávit en cuenta corriente de Alemania asciende a 6% del PIB y supera tres veces el déficit del resto de la zona del Euro. El pez grande se come el chico.”
Autor: Juan Sebastián Quiceno Calderón